diumenge, 22 d’abril del 2012

El elefante blanco



Ha ocurrido algo esta semana que ha logrado relegar a un segundo plano la información sobre la grave crisis económica que sacude a España. Ni siquiera la expropiación de YPF a Repsol por parte del Gobierno de la República Argentina ha tenido toda la atención que hubiera merecido en otro momento. No es que el asunto del Cono Sur sea baladí, ¡qué va! Aunque Repsol sea una empresa privada, representa los intereses de España en materia energética y es una petrolera de referencia incluso en Europa. Sus inversiones en Argentina no son moco de pavo, como muestra el artículo de Ignacio Vidal-Folch Repsol, ¿fiera predadora?, que aporta cifras al respecto que proceden ─¡atención!─ del Instituto Argentino del Petróleo y del Gas (IAPG). No parece que Cristina Fernández de Kirchner las haya tenido muy en cuenta, a la hora de tomar su decisión. De cualquier modo, no es mi intención defender a una multinacional de los combustibles fósiles ni atacar al Gobierno argentino. Por agresiva que haya sido la acción ejecutada contra Repsol y por más dudosa que nos parezca desde el punto de vista jurídico, estoy seguro de que aquel gobierno tendrá sus motivos. No sé cuáles son en realidad, ni si se ajustan a derecho, ni si los compartiría en el caso de conocerlos; pero los tendrá. Si no, no lo habría hecho. En unos años, veremos que dice al respecto el Centro Internacional de Arreglo de Diferencias Relativas a Inversiones (CIADI), una institución del Banco Mundial con sede en Washington que es el organismo creado para arbitrar ese tipo de cuestiones. Me temo que en este caso, como en casi todo, es inevitable que cada uno arrime el ascua a su sardina y, así como los argentinos tienden a apoyar a su Presidenta o por lo menos a ser comprensivos con sus decisiones, los españoles se inclinan mayoritariamente por condenar la acción y al Gobierno de Buenos Aires en pleno. Aunque no secunden a Rajoy ni a su equipo. Las banderas deben pesar lo suyo, porque si ambos países pudieran intercambiar los yacimientos y las empresas, seguramente las opiniones mudarían al mismo tiempo y en el mismo sentido, ¿no les parece?
Dejemos tranquilos por ahora a los Yacimientos Petrolíferos Fiscales (YPF), pero sigamos en el hemisferio austral. La noticia bomba de la semana nos llegó de Botsuana, uno de los países más meridionales del continente africano. Hasta allí se había desplazado nuestro Rey para practicar uno de sus deportes favoritos: la caza mayor. ¿Y qué es lo mayor que se puede cazar sobre la tierra? Pues un elefante, efectivamente. Un elefante con su larga trompa y un buen par de colmillos bien merece un vuelo de casi 10.000 km. ¿Verdad? Por supuesto que el Rey de España no es el único aficionado del planeta a cazar elefantes, leones, búfalos, rinocerontes, osos, tiburones, renos o lo que se tercie pero que sea grande, muy grande. Y si tiene cuernos o grandes colmillos, mejor que mejor. Hay docenas de personas en el mundo, centenares o miles quizá, que comparten ese aguerrido hobby. De lo contrario, no existirían empresas que organizaran safaris para abatir fieras salvajes. Ya se sabe, aunque sólo sea por las películas y documentales, que se precisan medios materiales, expertos guías de campo, buenos hoteles con toda clase de servicios de lujo, aeropuertos cercanos y entretenimiento para las horas o días en los que no es posible cazar. No es difícil conseguir estas cosas si se dispone del dinero necesario, y la gente que acude a esos sitios no suele tener problemas de liquidez.
Pero resulta además que Nuestra Majestad viajó invitado ─parece ser─ por un magnate sirio con buenos contactos en el Golfo pérsico (siempre me ha llamado la atención el parecido de las voces 'magnate' y 'mangante'; y lo de golfo, por más pérsico que sea, también tiene lo suyo). Así que Don Juan Carlos no lo pagó de su bolsillo (ni del nuestro, parece ser). Lo de la repatriación ya debe ser otra cosa, nos digan lo que nos digan, por comprensibles razones de urgencia y seguridad. Pero no creo que el problema sea este gasto concreto que, incluso siendo elevado, es más bien insignificante en el cómputo general de los presupuestos del Estado. El problema es realmente otro, y por eso ha causado conmoción la noticia del accidente cinegético del Rey Juan Carlos I. El problema real es: ¿qué hacía el Rey cazando en África en unos momentos como los que España está viviendo? No hay respuesta que pueda esquivar la certeza de que la excursión fue una imprudencia temeraria. Y esa grave imprudencia, a diferencia de los frecuentes deslices que ha cometido el Rey durante su reinado, le puede costar muy cara. Su buen hacer el 23 de febrero de 1981 (aunque no todo sean luces sobre lo que realmente ocurrió esa noche aciaga en la Zarzuela) le dio crédito suficiente durante tres largas décadas, pero los errores se acumulan y parece que su aura está llegando al punto de saturación a pasos agigantados.
Desde mi punto de vista, la imprudencia no consiste tanto en la actividad que estaba ejercitando como en el hecho de ausentarse del país para un viaje privado de placer (sí, de placer, puesto que cazar le da placer, al igual que a muchos otros cazadores) con la que está cayendo dentro y fuera de la Zarzuela. Sé que lo políticamente correcto es ser animalista y, por tanto, condenar la caza mayor y la menor, así como cualquier trato a los animales que les cause sufrimiento o dolor. Pero, aunque yo no sea cazador y aún me remuerda la conciencia por los pajaritos que maté de niño con mi escopeta de aire comprimido, entiendo que haya mucha gente que sienta la llamada del monte, de la selva o del mar como la sintieron nuestros antepasados predadores durante decenas de milenios. La caza fue, antes que un deporte, una necesidad vital para nuestra especie de animales carnívoros. El filósofo Jesús Mosterín, a quien leo con interés y respeto como pensador, publicó un artículo muy duro sobre el Rey, la caza y las armas titulado  La real gana de matar. Con algunos puntos del escrito estoy de acuerdo y con otros, no. Con la caza me ocurre como con los toros: no me gusta el espectáculo taurino ni lo sigo; como no me gusta la caza y, en consecuencia, no soy cazador. No obstante, entiendo que haya gente que disfrute con esas actividades y respeto sus gustos y sus prácticas. Y puesto que los espectáculos taurinos y las prácticas cinegéticas están regulados por las leyes, con no tomar parte yo, me basta.
Al margen de sus gustos y de los objetos o actividades en los que los encuentre, el Rey fue terriblemente imprudente por irse de viaje de placer. Daría lo mismo que se hubiera marchado a esquiar a los Alpes suizos. Eso es todo. Y no es poco. La Familia Real está en el disparadero por muchos motivos. El más grave, sin duda, el asunto judicial en el que está envuelto su yerno, Iñaki Urdangarín, por mezclar los negocios privados con las arcas públicas. El papel del Monarca se hizo creíble cuando trascendió que años atrás había desterrado familiarmente a Urdangarín, aunque fuera en el exilio dorado de una sinecura ofrecida por Telefónica en Washington DC. Pero de todos modos, y casi tangencialmente, las actividades del yernísimo han salido a la luz. Flaco favor le ha hecho a la Corona, que cuenta con enemigos poderosos en nuestro país. Uno, que no es monárquico, como no es taurino ni animalista, siente grima ante algunos de los que quisieran un cambio en la forma de estado (por descarte, no queda otra que llamarlos republicanos). Juan Carlos me es mucho más simpático que la mayoría de ellos, aunque sea un viva la virgen de mucho cuidado y ostente el cetro con la legitimidad demediada desde que lo empuñara en 1975. Entendámonos: haber sido designado sucesor por el Caudillo, no es la mejor carta de presentación.
Si la Casa Real no actúa con cordura y buen criterio, lo que se va a debatir en breve es si España quiere ser un Reino o una República. El argumento económico no tiene demasiado peso, aunque el presupuesto de la Casa del Presidente de la República pudiera ser sensiblemente más bajo que el de la extensísima Familia Real. Si bien parece cierto que la Sangre azul no cotiza en la bolsa de valores del siglo XXI, también es verdad que algunos de los países desarrollados más cultos y prósperos en la actualidad siguen siendo monarquías. Véase el caso de las admiradas y envidiadas Holanda, Suecia y Dinamarca, el de la todavía gran potencia mundial Gran Bretaña y el de Noruega, la nación líder hoy, y durante años, de la clasificación de países según el Índice de Desarrollo Humano (IDH). Al margen de su supuesto anacronismo, una buena razón argüida por los monárquicos era que los Reyes contemporáneos habían sido entrenados para ejercer la Jefatura del Estado en democracia desde la cuna, mientras que cualquiera puede llegar a ser Presidente de la República en unas elecciones libres. Algunos, y no sólo los antimonárquicos, creemos que lo primero falla muchas veces y, aunque lo segundo pueda ser cierto (véase el caso del último Presidente alemán dimitido o el de Rusia, Venezuela y Cuba, entre muchos otros), las personas que ejercen la presidencia de una república suelen gozar de un amplio consenso. El Rey de España acaba de ponérselo en bandeja de plata a sus enemigos. ¿Sabrán los republicanos sacarle provecho a esta ocasión de oro sin recurrir a argumentos soeces o a un populismo trasnochado y más propio de otras latitudes? Pronto lo sabremos. De todos modos, por si el Rey se hubiera convertido ya en un elefante blanco, Felipe de Borbón debería ir preparándose para el relevo.

dijous, 12 d’abril del 2012

JOAN MAJÓ, una opinió que pesa

Sempre val la pena llegir els articles d'opinió de Joan Majó. És un home que, tant per la intel·ligència i la formació que té com pels càrrecs que ha desenvolupat, disposa de les eines adequades per fer una bona anàlisi de la realitat política i opinar amb molt profit per al lector.

Us recomano que llegiu l'article Presupuestos 2012: unos errores y un engaño, publicat l'11/04/12 a EL PAÍS.

diumenge, 8 d’abril del 2012

Electrónico o no, un libro es un libro


Varios medios de comunicación se han hecho eco en el primer trimestre del presente año de los estudios de mercado que parecen indicar que en España no acaban de arrancar los eBooks, libros digitales o libros electrónicos. Se adquieren pocos aparatos lectores y aún son menos los libros que se compran en formato digital (para evitar confusiones, propongo denominar ‘libros electrónicos’ ─LE─ a los aparatos y ‘libros digitales’ ─LD─ a los contenidos; seguiré esta denominación en lo sucesivo). ¡Menuda sorpresa me he llevado! Y yo que creía que en ese campo, como en tantos otros de la electrónica de consumo, estábamos a la vanguardia del mundo mundial. Porque es bien sabido que nuestro país suele ser pionero en el consumo de todo tipo de gadgets o artilugios electrónicos. Sin embargo, ¿por qué nos resistimos al libro electrónico? Veamos:

En primer lugar, es cierto que tenemos la gran suerte de vivir en uno de los países del mundo con mayor consumo per cápita de Game Boy, PlayStation, Wii, iPod, iPhone, iPad, BlackBerry o cualquier cacharro electrónico que surja. Si los teléfonos inteligentes y las tabletas se han impuesto a los PC ha sido porque lo que la mayoría de los usuarios pretende de ellos es que le suministren entretenimiento: sacar fotos, escuchar música, jugar, chatear, navegar por Internet, visitar los muros de Facebook y twittear. Quienes necesitan el ordenador para trabajar ─como es el caso de los usuarios de programas de edición de textos, cálculo, diseño arquitectónico, bases de datos, composición musical, dibujo, etc.─ no pueden prescindir del PC o del Mac en sus más variados tamaños y prestaciones. Portátiles o de sobremesa, los ordenadores son insustituibles por tabletas y teléfonos móviles. No sabemos lo que está por venir pero, al menos por ahora, los ordenadores clásicos siguen siendo imprescindibles.

Se puede vivir y trabajar perfectamente sin Facebook ni Twitter, pero ya no sin Internet. Como se puede vivir razonablemente bien sin muchos de los electrodomésticos que invaden nuestras casas, pero ya no sin electricidad. No cabe argüir falazmente “bien que sobrevivieron nuestros antepasados sin electricidad durante la mayor parte de la historia”. Cierto, pero no vivían como nosotros lo hacemos. Y si podemos vivir así es, entre otras razones, porque hemos electrificado el mundo. Internet tiene pocos años de existencia y, no obstante, ha conseguido erigirse en una de nuestras principales señas de identidad cultural. Para lo bueno y para lo malo. Potencialmente, la red permite hacer muchísimas cosas; ahora bien, lo que hagamos en y con ella es cosa nuestra, de cada uno de nosotros.

En segundo lugar, tenemos también la terrible fortuna de que opere desde las mallas internáuticas de nuestro país una de las germanías de piratas más activas del planeta. En román paladino: pagamos por las máquinas, pero pirateamos los contenidos. Y además a gran escala. Sugiero que analicemos cuál es la esencia del libro electrónico para ver si logramos esclarecer el misterio de su impopularidad. 

Un libro electrónico es un libro que, en lugar de ofrecer palabras y oraciones formadas por caracteres impresos en una página de papel, representa esos mismos caracteres sobre una pantalla con un sistema llamado ‘de tinta electrónica’. A diferencia de las pantallas de cristal líquido que incorporan los ordenadores, tabletas y televisores, las de los libros electrónicos no proyectan luz. Para poder leer en ellas, hace falta una fuente de luz, ya sea natural o artificial. Sin iluminación ambiental, no hay lectura. Eso, que podría parecer inicialmente una desventaja, es su mayor logro, puesto que garantiza que se pueda leer el mismo tiempo en un libro digital que en uno de carne y hueso (perdón, de papel). Los ojos no se fatigan al recorrer las líneas en un LE, mientras que sí lo hacen ante la pantalla de las tabletas o los ordenadores. Quien haya tenido que leer largo rato de la pantalla de uno de los dispositivos mencionados sabe perfectamente a qué me refiero. Con el LE, eso no ocurre. Además, un mismo aparato sirve para leer tantos LD como se le carguen. Las baterías son de muy larga duración, ya que el consumo energético del LE es insignificante. Se pueden leer varias obras de mediana extensión en el LD antes de que su batería precise una recarga, doy fe.

Ahora bien, ¿de dónde provienen los contenidos, es decir, las obras que se leen en los LE? Pues de las librerías. Igual que los libros de papel, ¿de dónde, sino? Solo que los LD se venden telemáticamente en librerías accesibles a través de la red. Su compra es un poco engorrosa la primera vez, a causa de los protocolos que hay que seguir y los programas que es preciso instalar para evitar en lo posible las descargas ilegales (o legales pero reiteradas, para poder así leerlos en distintos LE). Es cierto que hay libros digitales gratuitos y que se pueden descargar limpiamente. Son aquéllos para los cuales han caducado los derechos de la propiedad intelectual. Pero en lengua castellana existen muy pocos (en catalán, muchos menos) porque alguien se habría tenido que encargar previamente de digitalizarlos y eso hubiera costado una inversión en tiempo y dinero. En inglés, en cambio, hay miles y miles gracias a la labor de escaneado masivo sufragada por la empresa Google, si mal no lo recuerdo.

Los libros escritos en estos últimos años están todos digitalizados pero, a pesar de ello, no todas las obras que se publican salen a la venta en formato electrónico (lo sé porque he buscado infructuosamente algunas obras recientes). Es de suponer que las editoriales ─quizá a instancias de los propios autores─ no los sacan por miedo a la piratería porque, de no ser así, no se entendería que renunciaran a unos beneficios que quizá sean modestos pero están exentos de cualquier riesgo inversor. El precio de un libro digital suele oscilar entre los 8 y los 12€ (es decir, son entre 6 y 10€ más baratos que los de papel). Si no hay gastos materiales de consideración (se ahorra el coste del papel, la tinta, el embalaje, el transporte y la distribución; ¡más el porcentaje de los libreros!) y el autor se lleva un 25%, parece que la editorial se queda con una buena tajada incluso después de pagar los correspondientes impuestos al estado (el IVA aplicable parece que será pronto del 4%). En cualquier caso, y con unos precios que son claramente reducibles, comprando libros digitales el lector ahorra dinero, peso y volumen. Digo el lector; para el bibliófilo no hay consuelo. Pero ésa es otra historia.

Y bien, ¿se entiende ahora porque en España no se impone el libro electrónico ni se venden libros digitales? Pues por las tres razones que siguen, efectivamente:
  1. Porque, a diferencia de los de papel, los libros digitales sólo sirven para ser leídos. Puesto que todo indica que en nuestro país se leen muchos menos libros que los que son adquiridos, quizá aún se compren libros para prestigiar al tenedor. Si los LD ni siquiera sirven para vestir las paredes de una estancia, ¿para qué van a comprarlos los que no tengan intención de leerlos?
  2. Porque los LE son los mejores aparatos únicamente para leer; para cualquier otra aplicación, los artilugios rivales los superan con creces.
  3. Porque nos hemos acostumbrado a no pagar por los contenidos digitalizados. Creemos que los libros, como ocurre con la música, no valen nada si no están en un soporte literalmente manipulable, manejable, material. Únicamente estamos predispuestos a pagar por los objetos que tengan masa o por el acceso a actos y lugares: viviendas, coches, comida, tabletas, discos, conciertos y campos de fútbol (aunque no le hacemos ascos a un simpa si se tercia); no lo estamos, sin embargo, para adquirir bienes de consumo intangibles tales como canciones, novelas o programas informáticos. Tal vez crean algunos que detrás de esos bienes no hay el talento, la creatividad, el trabajo y el esfuerzo denodado de muchas personas. Por eso los piratean sin ningún escrúpulo ni atisbo de piedad. De todas formas, no creo que los libros digitales constituyan un blanco predilecto para los bucaneros de las Antillas internáuticas… a no ser que creyeran poder sacar un día algún provecho económico de sus viles prácticas.


RAZONAMIENTO SEMIFORMAL EN CINCO PREMISAS Y UNA CONCLUSIÓN

1.     Si en un país no se leen libros, no se leen en papel ni se leen en pantalla.
2.    España es un país donde se leen más bien pocos libros
3.    Quien compre libros como adorno, dejará de hacerlo cuando no sirvan ya para ese propósito.
4.    Los LD no sirven para decorar; luego, si no hay que leerlos, no se compran (ni se piratean)
5.     Los LE sólo sirven para leer LD; luego, si no se quiere leer LD, no se compran LE (ni se roban)                                                                              
   Por tanto: El libro electrónico no acaba de arrancar en España (QED)