Pánico ante una
pandemia menor[1]
"Cuando estalla la guerra, la
primera víctima es la verdad.", Esquilo
Según
el Diccionario de la Lengua de la RAE (DLE), una pandemia es una "Enfermedad
epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los
individuos de una localidad o región". El Merriam-Webster's Dictionary la define como “An outbreak of a disease that occurs over a wide geographic area and affects an exceptionally high proportion of the population: a pandemic outbreak of a disease”. Las definiciones de Oxford y Cambridge son más laxas y apenas se distinguen de las de epidemia o endemia. Podemos estar de acuerdo en que la emergencia sanitaria que vivimos
es una pandemia si consideramos que afecta a casi todos los países del
mundo. Sin embargo, en la mayor parte de ellos la morbilidad es tan baja que no cumplen la condición de sufrir un contagio masivo. Las definiciones de los diccionarios generales de la lengua suelen ser imprecisas cuando se trata de términos técnicos. Son los organismos competentes los responsables de desarrollarlas a medida que se requiere más rigor. Así, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha establecido que para declarar el estado de pandemia y poder activar una serie de protocolos de actuación, se tienen que cumplir dos criterios:
que el brote epidémico afecte a más de un continente y que los casos de cada
país ya no sean importados sino provocados por trasmisión dentro de la propia
comunidad. Sin pretender enmendar la plana a la OMS, quizá el término epidemia: "Enfermedad que se propaga durante algún tiempo por un país,
acometiendo simultáneamente a gran número de personas." (DLE) describa
mejor cómo actúa el Covid-19 una vez ha penetrado en algunas áreas que le
resultan propicias. Es el caso de Lombardía (norte de Italia), las CCAA de
Madrid, Cataluña y La Rioja (España), la ciudad de Nueva York (EE.UU.) y, por
supuesto, de su origen conocido, la ciudad de Wuhan (provincia de Hubei, China).
Parece que esta pandemia se
manifiesta como una epidemia a partir de ciertos focos muy localizados o
epicentros. En seguida expondré mis razones.
Los únicos
seis países que, según las cifras oficiales, superaban los 1.000 muertos a
primera hora del 28 de marzo de 2020 son, ordenados de mayor a menor, Italia,
España, China, Irán, Francia y EEUU.[2]
Entre todos, sumaban 23.644 muertos de los 27.373 registrados en todo el mundo
(86,37%); y tenían 407.635 afectados de un total mundial de 597.318 (68,24%).[3] Parece que el Covid-19 se comporta
de manera muy selectiva.
Dos
de estos países, Italia y España, sufrían una letalidad del 10,5% y el 7,8%,
respectivamente. Son porcentajes escalofriantes, sin parangón en ningún otro
país del mundo, por más que no dispongamos del número real de contagiados (lo
cierto es que ningún país lo conoce). La magnitud real de los contagios debe
ser mucho más grande, lo que situaría la letalidad ligeramente por debajo del
1% si hacemos caso a los expertos. En el mismo día, la tasa era del
1,63% en EEUU y del 0,68% en Alemania, una cifra tan baja esta última que resulta
insólita en el conjunto de las naciones. Sin embargo, es la que los virólogos pronostican
como certera.
Abundando
en la geografía, los epicentros de la pandemia están situados en algunas áreas
templadas del hemisferio norte. Parece claro que la latitud y el clima son
factores cruciales. Las cifras aportadas por un país tropical como India son ínfimas
(tomando en consideración que el subcontinente indio acoge a un sexto de la
población mundial). Aunque admitamos que no son del todo fiables, no han
variado significativamente en los últimos siete días. En la mayor parte de los
países de otras latitudes del globo, incluyendo los templados del hemisferio
sur por razones estacionales, los casos son anecdóticos. Consultar el mapa mundi y revisar la prensa extranjera resulta bastante
ilustrativo.
La
evolución de la epidemia, que podemos ir siguiendo día a día desde nuestro
confinamiento gracias a instituciones y medios solventes a través de Internet,
nos ha llevado hasta aquí. No sabemos cómo seguirá ni cuándo acabará. El único
modelo que conocemos es el de China, que nos lleva un par de meses de ventaja
(descontando el caso de Corea del Sur, un país similar a España en población,
latitud y PIB, donde el brote fue abortado por la rapidez en la detección y
aislamiento de contagiados). La curva de la función matemática china se ha
aplanado y ya casi no registra nuevos contagios ni muertos.
No se
podía prever a finales de enero que la epidemia golpearía tan especialmente a Italia
y España, por lo que acusar a nuestros líderes políticos de haber reaccionado
tarde y mal es una suerte fácil a toro pasado. Para compararnos con otros
países occidentales, Emmanuel Macron tardó aún más, y Francia no evoluciona tan
mal como España. Por su parte, dos líderes de países anglosajones, Boris Johnson
y Donald Trump (recordemos cómo se reía el presidente norteamericano del virus chino), quienes tomaron medidas
después de Pedro Sánchez y de manera notablemente más laxa, pueden presumir de que
las cifras de sus países son claramente mejores que las nuestras. EEUU tiene el
número más alto de contagiados del mundo, 104.256 (0,03% de la población), pero
se suele obviar que acoge a un número de habitantes siete veces mayor que
España (siguiendo esta proporción, España tendría menos de 10.000 casos
confirmados y no los casi 68.000 que presentaba el día 28). Sin embargo, a
pesar de sufrir tantos contagios en términos absolutos, sólo han reportado
1.704 defunciones (1,63% de letalidad, la tercera tasa más baja, después de
Alemania y Corea del Sur). En cuanto a Reino Unido, hay referenciados únicamente
14.543 casos positivos (0,024% de la población) y 759 decesos (5,21% de los
enfermos). Una tasa de letalidad mucho menor que la española y la italiana
(recuérdese que España e Italia superaban el 7% y el 10%, respectivamente).
Cuando
pase la epidemia, será urgente investigar por qué Italia y España han sufrido más
severamente que ningún otro país los estragos de un virus tan virulento como
poco letal (China tiene una población veintiocho veces mayor que la española y
está muy por detrás tanto en positivos confirmados como en fallecidos). Ha
quedado patente que el tópico mil veces repetido de que la sanidad española era
una de las mejores del mundo ya no vale -si valió alguna vez antes de los drásticos
recortes presupuestarios posteriores a 2008. Un 14% de los contagiados
españoles son sanitarios: un récord mundial infausto que cuestiona severamente
las condiciones laborales de nuestros sanitarios, que tienen fama por lo demás
de ser profesionales muy bien formados y por este motivo los exportamos a algunos
países principales de la UE. Si no hay una predisposición genética o una explicación sociológica a la
vulnerabilidad de españoles e italianos ante el Covid-19, habrá que reconocer
que quizá la enorme desinversión en recursos para la salud pública, llevada a
cabo durante años por gobiernos de distinto signo, tenga algo que ver con
nuestra dramática situación.
No
sería sorprendente descubrir que buena parte de los contagios de la población general
se han producido en los centros de salud (CS) o de atención primaria (CAP) y en
los servicios de urgencias de los hospitales. Sabiendo lo que sabemos, ¿por qué
no se tranquiliza de una vez a los ciudadanos mostrando cómo la gripe común causa en el mundo muchos más fallecimientos que el Covid-19 en cualquier temporada estándar? ¿Por
qué se optó por el alarmismo cuando ya se suponía que la curva de crecimiento remitiría?
¿Solamente para no congestionar las UCI? El alarmismo instigado desde la
mayoría de los medios de comunicación hizo que miles de personas con síntomas
leves de otras afecciones acudieran a los servicios de urgencias, de donde
probablemente muchos volvieron a casa contagiados de coronavirus.
Seguramente,
el precio que vamos a pagar en forma de recesión económica será muy superior al
que ya pagamos en vidas humanas. Es un indicador de inmadurez social disimular el
hecho de que la inmensa mayoría de las víctimas son ancianos que tenían una
esperanza de vida breve y de pésima calidad. También lo es aplazar sine die la anticipación de soluciones para
las consecuencias que las medidas draconianas que se han adoptado tendrán en la
economía y, por tanto, en la ciudadanía. La proliferación de ERTE, el
presumible retraso en el regreso del paro a niveles normales y la pérdida general de poder adquisitivo por la inercia
de la frenada, así como los inevitables recortes presupuestarios, serán
catastróficos. Los afectados serán ciudadanos de los mismos estados que ahora los
perjudican por su propio bien decretando
la hibernación de la economía.
No
podíamos haberlo sabido antes, es cierto, pero tal vez deberíamos aprender algo
de esta crisis para afrontar otras similares que, según los epidemiólogos, abundarán
en el futuro. Parecería una locura haber actuado de manera diferente a como lo
han hecho la mayoría de gobiernos. Boris Johnson lo intentó cuando expuso su
estrategia de lograr la inmunidad de grupo en Gran Bretaña (una tesis técnica que anticipa lo que probablemente acabe ocurriendo en el plazo de un año en todo el mundo) y pronto tuvo que
dar marcha atrás a regañadientes.
Cuando
se produzca una nueva ola análoga a la actual, tal vez sería más razonable aislar
y proteger a toda la población de riesgo
y dejar que la mayoría social, suficientemente saludable como para superar una
infección similar a la del Covid-19 sin demasiadas complicaciones, siga trabajando
y produciendo siempre que respete las precauciones indicadas por la autoridad
sanitaria. Las pérdidas de vidas, siempre dolorosas para los allegados, se
harían así soportables en virtud del interés general. No somos inmortales, y en
ocasiones parece más inteligente dejar que la parca se cobre su tributo con un
poco de antelación que derrochar el tesoro del reino para disuadir a la
fatalidad acaso por unos meses. Si nuestras privilegiadísimas y blandengues sociedades
no están preparadas para asumir el relativamente bajo coste en vidas de esta
crisis, ¿qué pasará cuando llegue otra guerra o una pandemia verdaderamente
mortífera como la gripe española de 1918 (murieron 50 millones de personas en
todo el mundo) o la epidemia de peste de 1347 (desapareció un tercio de la
población europea; el equivalente hoy a 150 millones de personas sólo en la
Unión Europea)?
Forma
parte de las responsabilidades de gobierno hacer un análisis racional y
realista del coste-beneficio, no uno moralista y falsamente compasivo. Con la
información disponible y el asesoramiento de los expertos, los dirigentes deben
tomar decisiones racionales, honestas y valientes, aunque sean duras e
impopulares. Al final, los verdaderos líderes se hacen responsables de los
resultados de las acciones que ordenan ejecutar, sean estos buenos o malos. Se
pueden rememorar muchas situaciones históricas relevantes, con ocasión de
guerras o crisis graves, en las que el jefe de gobierno tuvo que tomar
decisiones crueles y discriminatorias para una parte de la población en aras
del interés general del estado. Por poner un ejemplo conocido, en la 2ª Guerra
Mundial, el Primer Ministro británico Winston Churchill decidió no advertir a
los ciudadanos de Coventry de que serían bombardeados por los aviones de la
Luftwaffe para no revelar que Enigma había sido descifrado. El ataque causó
miles de bajas civiles. Una vida humana no vale siempre igual en el mercado de
la geopolítica. Ni dos vidas son equivalentes. Lo saben muy bien los médicos
que deben decidir estos días, con las plazas de las UCI limitadísimas, a qué
paciente se atiende y a cuál se desahucia.
Y
mientras tanto, a medida que la epidemia prosperaba, los expertos de cada país hacían
sus proyecciones estadísticas con los datos disponibles. Dado que los países
ricos del centro y del norte de Europa se están librando de la plaga, no es
esperable que la UE emita coronabonos ni autorice una mutualización de las
pérdidas mientras no cambie la tendencia. Como mucho, la Comisión Europea
ofrecerá un rescate a España y a Italia (Francia probablemente no lo
necesitará). Y, como ocurrió en la última crisis económica, no hay duda de que para
aprobar el rescate se exigirán unas condiciones durísimas. Europa está muy
lejos de ser un supraestado; no pasa de ser un supermercado.
Tengo
la descorazonadora sensación de que formo parte de un pasaje infantil en una nave
tripulada por ciegos y pilotada por tuertos miopes. La prensa seria sigue el
juego a las autoridades como si no hubiera alternativa y la prensa amarilla las
critica por razones espurias. Cada facción utiliza sus armas en la guerra partidista,
pero no alega razones económicas y técnico-sanitarias.
¿Quizás
ignoramos ya la que solía ser nuestra única certeza? ¿Necesitamos, al igual que
los divinizados emperadores de Roma, que alguien nos la recuerde? ¿Que se nos
recuerde que somos mortales?
Memento mori
[1] Este artículo se ha elaborado con
los datos hechos publicas la mañana del 28 de marzo de 2020 en https://www.worldometers.info/coronavirus/.
Al cabo de 24 horas, las cifras absolutas habían aumentado, pero las relativas
no lo habían hecho significativamente. Es de prever que crezca la tasa de morbilidad
y decrezca la de mortalidad a medida que corran los días; hasta que la
epidemia, indefectiblemente, pase.
[2] El día
29 de marzo, el Reino Unido se ha unido a este infausto elenco, y probablemente
otros le sigan en breve.
[3]
El número de infectados en ese momento representaba un 0,0077 de la población
del planeta (de aproximadamente 7.700 millones). En todo lo que va de año, un
0,2% del total de defunciones en el mundo han sido causadas por el virus Covid-19.
Teniendo en cuenta las edades y el estado de salud de la mayoría de los
afectados, muchos de ellos habrían muerto inevitablemente poco después.