Algunos hechos permiten ver que
la libertad ilimitada de expresión puede ser en realidad perjudicial para la
libertad general de los individuos. Dos cuestiones han llamado recientemente la
atención de la opinión pública española sobre Twitter.
La primera fueron los comentarios
jocosos y ofensivos vertidos a la red por gente evidentemente insensible a raíz
del asesinato de una política leonesa. Aplauden el crimen porque ─sostienen─ todos
los políticos son corruptos. Estoy convencido de que la justificación de la
muerte violenta de los políticos y el aliento de cualquier tipo de violencia en
su contra no pueden ser aceptados por personas civilizadas.
En el segundo caso, se publicaron
miles de tuits contra los judíos cuando el Maccabi de Tel Aviv derrotó al Real
Madrid en la final de la Liga de Campeones de Baloncesto. Los tuits contenían insultos
de algunos idiotas y fueron retuiteados por otros imbéciles, por lo que se
expandieron exponencialmente por la red.
Por desgracia, todos los días
podríamos encontrar miles de casos similares en las redes sociales. Se difama a
hombres y mujeres por igual, especialmente si tienen alguna relevancia pública.
Sólo por ser homosexuales o ancianos, estrellas del pop, futbolistas, de color negro,
amarillo, blanco o rojo; sólo por ser diferentes de quien emite el mensaje. Miles
de tuits expanden a diario mezclas de mentiras y medias verdades por todo el
mundo. Entonces, ¿por qué estas dos circunstancias concretas han generado
debate?
En el asesinato de la presidenta de
la Diputación provincial de León, la clase política reaccionó corporativamente
para protegerse y acaso frenar su pérdida de prestigio. No pueden permitir (y
cualquier ser razonable estaría de acuerdo con ello) que la gente empiece a
utilizar la violencia, verbal o física, para expresar su frustración.
En la campaña contra los judíos, el
problema es demasiado sensible para ser tolerado en absoluto. ‘La solución
final de la cuestión judía’ que los nazis desarrollaron y que dio origen al
holocausto es algo que nunca debe ser olvidado. No se puede permitir que personas
sin ningún tipo de memoria histórica ni escrúpulos morales se mofen impunemente
de ello. Se entiende que muchas organizaciones judías protestaran y denunciaran
ante el juez a los responsables de los tuits.
En mi opinión, es necesario
dotarnos de algún tipo de regulación legal para evitar en lo posible casos
similares ─o para poder perseguirlos judicialmente cuando ocurran─ porque la
vida social necesita leyes y normas para ser viable; y no cabe duda de que las
redes sociales forman parte de la vida social. La libertad de palabra y de
expresión necesita garantías para poder ejercerse racionalmente en una sociedad
libre e igualitaria. ¿Puede realmente una regulación prudente y bien ponderada convertirse
en una cárcel para el pájaro que simboliza a Twitter?