diumenge, 8 d’abril del 2012

Electrónico o no, un libro es un libro


Varios medios de comunicación se han hecho eco en el primer trimestre del presente año de los estudios de mercado que parecen indicar que en España no acaban de arrancar los eBooks, libros digitales o libros electrónicos. Se adquieren pocos aparatos lectores y aún son menos los libros que se compran en formato digital (para evitar confusiones, propongo denominar ‘libros electrónicos’ ─LE─ a los aparatos y ‘libros digitales’ ─LD─ a los contenidos; seguiré esta denominación en lo sucesivo). ¡Menuda sorpresa me he llevado! Y yo que creía que en ese campo, como en tantos otros de la electrónica de consumo, estábamos a la vanguardia del mundo mundial. Porque es bien sabido que nuestro país suele ser pionero en el consumo de todo tipo de gadgets o artilugios electrónicos. Sin embargo, ¿por qué nos resistimos al libro electrónico? Veamos:

En primer lugar, es cierto que tenemos la gran suerte de vivir en uno de los países del mundo con mayor consumo per cápita de Game Boy, PlayStation, Wii, iPod, iPhone, iPad, BlackBerry o cualquier cacharro electrónico que surja. Si los teléfonos inteligentes y las tabletas se han impuesto a los PC ha sido porque lo que la mayoría de los usuarios pretende de ellos es que le suministren entretenimiento: sacar fotos, escuchar música, jugar, chatear, navegar por Internet, visitar los muros de Facebook y twittear. Quienes necesitan el ordenador para trabajar ─como es el caso de los usuarios de programas de edición de textos, cálculo, diseño arquitectónico, bases de datos, composición musical, dibujo, etc.─ no pueden prescindir del PC o del Mac en sus más variados tamaños y prestaciones. Portátiles o de sobremesa, los ordenadores son insustituibles por tabletas y teléfonos móviles. No sabemos lo que está por venir pero, al menos por ahora, los ordenadores clásicos siguen siendo imprescindibles.

Se puede vivir y trabajar perfectamente sin Facebook ni Twitter, pero ya no sin Internet. Como se puede vivir razonablemente bien sin muchos de los electrodomésticos que invaden nuestras casas, pero ya no sin electricidad. No cabe argüir falazmente “bien que sobrevivieron nuestros antepasados sin electricidad durante la mayor parte de la historia”. Cierto, pero no vivían como nosotros lo hacemos. Y si podemos vivir así es, entre otras razones, porque hemos electrificado el mundo. Internet tiene pocos años de existencia y, no obstante, ha conseguido erigirse en una de nuestras principales señas de identidad cultural. Para lo bueno y para lo malo. Potencialmente, la red permite hacer muchísimas cosas; ahora bien, lo que hagamos en y con ella es cosa nuestra, de cada uno de nosotros.

En segundo lugar, tenemos también la terrible fortuna de que opere desde las mallas internáuticas de nuestro país una de las germanías de piratas más activas del planeta. En román paladino: pagamos por las máquinas, pero pirateamos los contenidos. Y además a gran escala. Sugiero que analicemos cuál es la esencia del libro electrónico para ver si logramos esclarecer el misterio de su impopularidad. 

Un libro electrónico es un libro que, en lugar de ofrecer palabras y oraciones formadas por caracteres impresos en una página de papel, representa esos mismos caracteres sobre una pantalla con un sistema llamado ‘de tinta electrónica’. A diferencia de las pantallas de cristal líquido que incorporan los ordenadores, tabletas y televisores, las de los libros electrónicos no proyectan luz. Para poder leer en ellas, hace falta una fuente de luz, ya sea natural o artificial. Sin iluminación ambiental, no hay lectura. Eso, que podría parecer inicialmente una desventaja, es su mayor logro, puesto que garantiza que se pueda leer el mismo tiempo en un libro digital que en uno de carne y hueso (perdón, de papel). Los ojos no se fatigan al recorrer las líneas en un LE, mientras que sí lo hacen ante la pantalla de las tabletas o los ordenadores. Quien haya tenido que leer largo rato de la pantalla de uno de los dispositivos mencionados sabe perfectamente a qué me refiero. Con el LE, eso no ocurre. Además, un mismo aparato sirve para leer tantos LD como se le carguen. Las baterías son de muy larga duración, ya que el consumo energético del LE es insignificante. Se pueden leer varias obras de mediana extensión en el LD antes de que su batería precise una recarga, doy fe.

Ahora bien, ¿de dónde provienen los contenidos, es decir, las obras que se leen en los LE? Pues de las librerías. Igual que los libros de papel, ¿de dónde, sino? Solo que los LD se venden telemáticamente en librerías accesibles a través de la red. Su compra es un poco engorrosa la primera vez, a causa de los protocolos que hay que seguir y los programas que es preciso instalar para evitar en lo posible las descargas ilegales (o legales pero reiteradas, para poder así leerlos en distintos LE). Es cierto que hay libros digitales gratuitos y que se pueden descargar limpiamente. Son aquéllos para los cuales han caducado los derechos de la propiedad intelectual. Pero en lengua castellana existen muy pocos (en catalán, muchos menos) porque alguien se habría tenido que encargar previamente de digitalizarlos y eso hubiera costado una inversión en tiempo y dinero. En inglés, en cambio, hay miles y miles gracias a la labor de escaneado masivo sufragada por la empresa Google, si mal no lo recuerdo.

Los libros escritos en estos últimos años están todos digitalizados pero, a pesar de ello, no todas las obras que se publican salen a la venta en formato electrónico (lo sé porque he buscado infructuosamente algunas obras recientes). Es de suponer que las editoriales ─quizá a instancias de los propios autores─ no los sacan por miedo a la piratería porque, de no ser así, no se entendería que renunciaran a unos beneficios que quizá sean modestos pero están exentos de cualquier riesgo inversor. El precio de un libro digital suele oscilar entre los 8 y los 12€ (es decir, son entre 6 y 10€ más baratos que los de papel). Si no hay gastos materiales de consideración (se ahorra el coste del papel, la tinta, el embalaje, el transporte y la distribución; ¡más el porcentaje de los libreros!) y el autor se lleva un 25%, parece que la editorial se queda con una buena tajada incluso después de pagar los correspondientes impuestos al estado (el IVA aplicable parece que será pronto del 4%). En cualquier caso, y con unos precios que son claramente reducibles, comprando libros digitales el lector ahorra dinero, peso y volumen. Digo el lector; para el bibliófilo no hay consuelo. Pero ésa es otra historia.

Y bien, ¿se entiende ahora porque en España no se impone el libro electrónico ni se venden libros digitales? Pues por las tres razones que siguen, efectivamente:
  1. Porque, a diferencia de los de papel, los libros digitales sólo sirven para ser leídos. Puesto que todo indica que en nuestro país se leen muchos menos libros que los que son adquiridos, quizá aún se compren libros para prestigiar al tenedor. Si los LD ni siquiera sirven para vestir las paredes de una estancia, ¿para qué van a comprarlos los que no tengan intención de leerlos?
  2. Porque los LE son los mejores aparatos únicamente para leer; para cualquier otra aplicación, los artilugios rivales los superan con creces.
  3. Porque nos hemos acostumbrado a no pagar por los contenidos digitalizados. Creemos que los libros, como ocurre con la música, no valen nada si no están en un soporte literalmente manipulable, manejable, material. Únicamente estamos predispuestos a pagar por los objetos que tengan masa o por el acceso a actos y lugares: viviendas, coches, comida, tabletas, discos, conciertos y campos de fútbol (aunque no le hacemos ascos a un simpa si se tercia); no lo estamos, sin embargo, para adquirir bienes de consumo intangibles tales como canciones, novelas o programas informáticos. Tal vez crean algunos que detrás de esos bienes no hay el talento, la creatividad, el trabajo y el esfuerzo denodado de muchas personas. Por eso los piratean sin ningún escrúpulo ni atisbo de piedad. De todas formas, no creo que los libros digitales constituyan un blanco predilecto para los bucaneros de las Antillas internáuticas… a no ser que creyeran poder sacar un día algún provecho económico de sus viles prácticas.


RAZONAMIENTO SEMIFORMAL EN CINCO PREMISAS Y UNA CONCLUSIÓN

1.     Si en un país no se leen libros, no se leen en papel ni se leen en pantalla.
2.    España es un país donde se leen más bien pocos libros
3.    Quien compre libros como adorno, dejará de hacerlo cuando no sirvan ya para ese propósito.
4.    Los LD no sirven para decorar; luego, si no hay que leerlos, no se compran (ni se piratean)
5.     Los LE sólo sirven para leer LD; luego, si no se quiere leer LD, no se compran LE (ni se roban)                                                                              
   Por tanto: El libro electrónico no acaba de arrancar en España (QED)