diumenge, 29 de març del 2020

Pánico ante una pandemia menor

Pánico ante una pandemia menor[1]

"Cuando estalla la guerra, la primera víctima es la verdad.", Esquilo
Según el Diccionario de la Lengua de la RAE (DLE), una pandemia es una "Enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región". El Merriam-Webster's Dictionary la define como “An outbreak of a disease that occurs over a wide geographic area and affects an exceptionally high proportion of the population: a pandemic outbreak of a disease”. Las definiciones de Oxford y Cambridge son más laxas y apenas se distinguen de las de epidemia o endemia. Podemos estar de acuerdo en que la emergencia sanitaria que vivimos es una pandemia si consideramos que afecta a casi todos los países del mundo. Sin embargo, en la mayor parte de ellos la morbilidad es tan baja que no cumplen la condición de sufrir un contagio masivo. Las definiciones de los diccionarios generales de la lengua suelen ser imprecisas cuando se trata de términos técnicos. Son los organismos competentes los responsables de desarrollarlas a medida que se requiere más rigor. Así, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha establecido que para declarar el estado de pandemia y poder activar una serie de protocolos de actuación, se tienen que cumplir dos criterios: que el brote epidémico afecte a más de un continente y que los casos de cada país ya no sean importados sino provocados por trasmisión dentro de la propia comunidad. Sin pretender enmendar la plana a la OMS, quizá el término epidemia: "Enfermedad que se propaga durante algún tiempo por un país, acometiendo simultáneamente a gran número de personas." (DLE) describa mejor cómo actúa el Covid-19 una vez ha penetrado en algunas áreas que le resultan propicias. Es el caso de Lombardía (norte de Italia), las CCAA de Madrid, Cataluña y La Rioja (España), la ciudad de Nueva York (EE.UU.) y, por supuesto, de su origen conocido, la ciudad de Wuhan (provincia de Hubei, China). Parece que esta pandemia se manifiesta como una epidemia a partir de ciertos focos muy localizados o epicentros. En seguida expondré mis razones.
Los únicos seis países que, según las cifras oficiales, superaban los 1.000 muertos a primera hora del 28 de marzo de 2020 son, ordenados de mayor a menor, Italia, España, China, Irán, Francia y EEUU.[2] Entre todos, sumaban 23.644 muertos de los 27.373 registrados en todo el mundo (86,37%); y tenían 407.635 afectados de un total mundial de 597.318 (68,24%).[3] Parece que el Covid-19 se comporta de manera muy selectiva.
Dos de estos países, Italia y España, sufrían una letalidad del 10,5% y el 7,8%, respectivamente. Son porcentajes escalofriantes, sin parangón en ningún otro país del mundo, por más que no dispongamos del número real de contagiados (lo cierto es que ningún país lo conoce). La magnitud real de los contagios debe ser mucho más grande, lo que situaría la letalidad ligeramente por debajo del 1% si hacemos caso a los expertos. En el mismo día, la tasa era del 1,63% en EEUU y del 0,68% en Alemania, una cifra tan baja esta última que resulta insólita en el conjunto de las naciones. Sin embargo, es la que los virólogos pronostican como certera.
Abundando en la geografía, los epicentros de la pandemia están situados en algunas áreas templadas del hemisferio norte. Parece claro que la latitud y el clima son factores cruciales. Las cifras aportadas por un país tropical como India son ínfimas (tomando en consideración que el subcontinente indio acoge a un sexto de la población mundial). Aunque admitamos que no son del todo fiables, no han variado significativamente en los últimos siete días. En la mayor parte de los países de otras latitudes del globo, incluyendo los templados del hemisferio sur por razones estacionales, los casos son anecdóticos. Consultar el mapa mundi y revisar la prensa extranjera resulta bastante ilustrativo.
La evolución de la epidemia, que podemos ir siguiendo día a día desde nuestro confinamiento gracias a instituciones y medios solventes a través de Internet, nos ha llevado hasta aquí. No sabemos cómo seguirá ni cuándo acabará. El único modelo que conocemos es el de China, que nos lleva un par de meses de ventaja (descontando el caso de Corea del Sur, un país similar a España en población, latitud y PIB, donde el brote fue abortado por la rapidez en la detección y aislamiento de contagiados). La curva de la función matemática china se ha aplanado y ya casi no registra nuevos contagios ni muertos.
No se podía prever a finales de enero que la epidemia golpearía tan especialmente a Italia y España, por lo que acusar a nuestros líderes políticos de haber reaccionado tarde y mal es una suerte fácil a toro pasado. Para compararnos con otros países occidentales, Emmanuel Macron tardó aún más, y Francia no evoluciona tan mal como España. Por su parte, dos líderes de países anglosajones, Boris Johnson y Donald Trump (recordemos cómo se reía el presidente norteamericano del virus chino), quienes tomaron medidas después de Pedro Sánchez y de manera notablemente más laxa, pueden presumir de que las cifras de sus países son claramente mejores que las nuestras. EEUU tiene el número más alto de contagiados del mundo, 104.256 (0,03% de la población), pero se suele obviar que acoge a un número de habitantes siete veces mayor que España (siguiendo esta proporción, España tendría menos de 10.000 casos confirmados y no los casi 68.000 que presentaba el día 28). Sin embargo, a pesar de sufrir tantos contagios en términos absolutos, sólo han reportado 1.704 defunciones (1,63% de letalidad, la tercera tasa más baja, después de Alemania y Corea del Sur). En cuanto a Reino Unido, hay referenciados únicamente 14.543 casos positivos (0,024% de la población) y 759 decesos (5,21% de los enfermos). Una tasa de letalidad mucho menor que la española y la italiana (recuérdese que España e Italia superaban el 7% y el 10%, respectivamente).
Cuando pase la epidemia, será urgente investigar por qué Italia y España han sufrido más severamente que ningún otro país los estragos de un virus tan virulento como poco letal (China tiene una población veintiocho veces mayor que la española y está muy por detrás tanto en positivos confirmados como en fallecidos). Ha quedado patente que el tópico mil veces repetido de que la sanidad española era una de las mejores del mundo ya no vale -si valió alguna vez antes de los drásticos recortes presupuestarios posteriores a 2008. Un 14% de los contagiados españoles son sanitarios: un récord mundial infausto que cuestiona severamente las condiciones laborales de nuestros sanitarios, que tienen fama por lo demás de ser profesionales muy bien formados y por este motivo los exportamos a algunos países principales de la UE. Si no hay una predisposición genética o una explicación sociológica a la vulnerabilidad de españoles e italianos ante el Covid-19, habrá que reconocer que quizá la enorme desinversión en recursos para la salud pública, llevada a cabo durante años por gobiernos de distinto signo, tenga algo que ver con nuestra dramática situación.
No sería sorprendente descubrir que buena parte de los contagios de la población general se han producido en los centros de salud (CS) o de atención primaria (CAP) y en los servicios de urgencias de los hospitales. Sabiendo lo que sabemos, ¿por qué no se tranquiliza de una vez a los ciudadanos mostrando cómo la gripe común causa en el mundo muchos más fallecimientos que el Covid-19 en cualquier temporada estándar? ¿Por qué se optó por el alarmismo cuando ya se suponía que la curva de crecimiento remitiría? ¿Solamente para no congestionar las UCI? El alarmismo instigado desde la mayoría de los medios de comunicación hizo que miles de personas con síntomas leves de otras afecciones acudieran a los servicios de urgencias, de donde probablemente muchos volvieron a casa contagiados de coronavirus.
Seguramente, el precio que vamos a pagar en forma de recesión económica será muy superior al que ya pagamos en vidas humanas. Es un indicador de inmadurez social disimular el hecho de que la inmensa mayoría de las víctimas son ancianos que tenían una esperanza de vida breve y de pésima calidad. También lo es aplazar sine die la anticipación de soluciones para las consecuencias que las medidas draconianas que se han adoptado tendrán en la economía y, por tanto, en la ciudadanía. La proliferación de ERTE, el presumible retraso en el regreso del paro a niveles normales y la pérdida general de poder adquisitivo por la inercia de la frenada, así como los inevitables recortes presupuestarios, serán catastróficos. Los afectados serán ciudadanos de los mismos estados que ahora los perjudican por su propio bien decretando la hibernación de la economía.
No podíamos haberlo sabido antes, es cierto, pero tal vez deberíamos aprender algo de esta crisis para afrontar otras similares que, según los epidemiólogos, abundarán en el futuro. Parecería una locura haber actuado de manera diferente a como lo han hecho la mayoría de gobiernos. Boris Johnson lo intentó cuando expuso su estrategia de lograr la inmunidad de grupo en Gran Bretaña (una tesis técnica que anticipa lo que probablemente acabe ocurriendo en el plazo de un año en todo el mundo) y pronto tuvo que dar marcha atrás a regañadientes.
Cuando se produzca una nueva ola análoga a la actual, tal vez sería más razonable aislar y proteger a toda la población de riesgo y dejar que la mayoría social, suficientemente saludable como para superar una infección similar a la del Covid-19 sin demasiadas complicaciones, siga trabajando y produciendo siempre que respete las precauciones indicadas por la autoridad sanitaria. Las pérdidas de vidas, siempre dolorosas para los allegados, se harían así soportables en virtud del interés general. No somos inmortales, y en ocasiones parece más inteligente dejar que la parca se cobre su tributo con un poco de antelación que derrochar el tesoro del reino para disuadir a la fatalidad acaso por unos meses. Si nuestras privilegiadísimas y blandengues sociedades no están preparadas para asumir el relativamente bajo coste en vidas de esta crisis, ¿qué pasará cuando llegue otra guerra o una pandemia verdaderamente mortífera como la gripe española de 1918 (murieron 50 millones de personas en todo el mundo) o la epidemia de peste de 1347 (desapareció un tercio de la población europea; el equivalente hoy a 150 millones de personas sólo en la Unión Europea)?
Forma parte de las responsabilidades de gobierno hacer un análisis racional y realista del coste-beneficio, no uno moralista y falsamente compasivo. Con la información disponible y el asesoramiento de los expertos, los dirigentes deben tomar decisiones racionales, honestas y valientes, aunque sean duras e impopulares. Al final, los verdaderos líderes se hacen responsables de los resultados de las acciones que ordenan ejecutar, sean estos buenos o malos. Se pueden rememorar muchas situaciones históricas relevantes, con ocasión de guerras o crisis graves, en las que el jefe de gobierno tuvo que tomar decisiones crueles y discriminatorias para una parte de la población en aras del interés general del estado. Por poner un ejemplo conocido, en la 2ª Guerra Mundial, el Primer Ministro británico Winston Churchill decidió no advertir a los ciudadanos de Coventry de que serían bombardeados por los aviones de la Luftwaffe para no revelar que Enigma había sido descifrado. El ataque causó miles de bajas civiles. Una vida humana no vale siempre igual en el mercado de la geopolítica. Ni dos vidas son equivalentes. Lo saben muy bien los médicos que deben decidir estos días, con las plazas de las UCI limitadísimas, a qué paciente se atiende y a cuál se desahucia.
Y mientras tanto, a medida que la epidemia prosperaba, los expertos de cada país hacían sus proyecciones estadísticas con los datos disponibles. Dado que los países ricos del centro y del norte de Europa se están librando de la plaga, no es esperable que la UE emita coronabonos ni autorice una mutualización de las pérdidas mientras no cambie la tendencia. Como mucho, la Comisión Europea ofrecerá un rescate a España y a Italia (Francia probablemente no lo necesitará). Y, como ocurrió en la última crisis económica, no hay duda de que para aprobar el rescate se exigirán unas condiciones durísimas. Europa está muy lejos de ser un supraestado; no pasa de ser un supermercado.
Tengo la descorazonadora sensación de que formo parte de un pasaje infantil en una nave tripulada por ciegos y pilotada por tuertos miopes. La prensa seria sigue el juego a las autoridades como si no hubiera alternativa y la prensa amarilla las critica por razones espurias. Cada facción utiliza sus armas en la guerra partidista, pero no alega razones económicas y técnico-sanitarias.
¿Quizás ignoramos ya la que solía ser nuestra única certeza? ¿Necesitamos, al igual que los divinizados emperadores de Roma, que alguien nos la recuerde? ¿Que se nos recuerde que somos mortales?
Memento mori



[1] Este artículo se ha elaborado con los datos hechos publicas la mañana del 28 de marzo de 2020 en https://www.worldometers.info/coronavirus/. Al cabo de 24 horas, las cifras absolutas habían aumentado, pero las relativas no lo habían hecho significativamente. Es de prever que crezca la tasa de morbilidad y decrezca la de mortalidad a medida que corran los días; hasta que la epidemia, indefectiblemente, pase.
[2] El día 29 de marzo, el Reino Unido se ha unido a este infausto elenco, y probablemente otros le sigan en breve.
[3] El número de infectados en ese momento representaba un 0,0077 de la población del planeta (de aproximadamente 7.700 millones). En todo lo que va de año, un 0,2% del total de defunciones en el mundo han sido causadas por el virus Covid-19. Teniendo en cuenta las edades y el estado de salud de la mayoría de los afectados, muchos de ellos habrían muerto inevitablemente poco después.

Pànic per una pandèmia menor

Pànic per una pandèmia menor[1]

“Quan esclata la guerra, la primera víctima és la veritat.”, Èsquil
Segons el Diccionari de l’Institut d’Estudis Catalans (DIEC), una pandèmia és una “Malaltia epidèmica estesa a molts països i que afecta molts individus del mateix país a la vegada”. El Merriam-Webster’s Dictionary la defineix com “An outbreak of a disease that occurs over a wide geographic area and affects an exceptionally high proportion of the population: a pandemic outbreak of a disease”. Les definicions d’Oxford i Cambridge són més laxes i amb prou feines es distingeixen de les d’epidèmia o endèmia. Podem estar d'acord en què l’emergència sanitària que vivim és una pandèmia si considerem que afecta gairebé tots els països del món. No obstant això, en la major part la morbiditat és tan baixa que no compleixen la condició de patir un contagi massiu. Les definicions dels diccionaris generals de la llengua solen ser imprecises quan es tracta de termes tècnics. Són els organismes competents els responsables de completar-les a mesura que es requereix més precisió. Així, l’Organització Mundial de la Salut (OMS) ha establert que, per declarar l’estat de pandèmia i poder activar una sèrie de protocols d’actuació, s’han de complir dos criteris: que el brot epidèmic afecti més d’un continent i que els casos de cada país ja no siguin importats, sinó transmesos dins de la pròpia comunitat. Sense pretendre corregir l’OMS, potser el terme epidèmia: “Malaltia infecciosa accidental i transitòria que ataca un gran nombre de persones d’una regió” (DIEC) descriu millor com actua el Covid-19 un cop ha penetrat en algunes àrees que li resulten propícies. És el cas de la Llombardia (nord d’Itàlia), les CCAA de Madrid, Catalunya i la Rioja (Espanya), la ciutat de Nova York (EUA) i, per descomptat, el seu origen conegut, la ciutat de Wuhan (província de Hubei, Xina). Es podria dir que aquesta pandèmia es manifesta com una epidèmia a partir d’uns focus molt localitzats anomenats epicentres. De seguida exposaré les meves raons.
Els únics països que, segons les xifres oficials, superaven els 1.000 morts a primera hora del 28 de març són, ordenats de major a menor, Itàlia, Espanya, Xina, Iran, França i EUA.[2] Entre tots, sumaven 23.644 morts dels 27.373 registrats a tot el món (86,37%); i tenien 407.635 dels afectats d’un total mundial de 597.318 (68,24%).[3] Sembla, doncs, que el Covid-19 es comporta de manera molt selectiva.
Dos d’aquests països, Itàlia i Espanya, tenen una mortalitat del 10,5% i el 7,8%, respectivament. Són percentatges esgarrifosos, sense parangó en cap altre país del món, per més que no tinguem el nombre real de contagiats (el cert és que cap país el té). La magnitud real dels contagis deu ser molt més gran, amb la qual cosa la mortalitat estaria per sota de l’1% si hem de fe cas als experts. El mateix dia, la taxa de mortalitat era de l’1,63% als EUA i de l’0,68% a Alemanya. Aquesta última és tan baixa que per ara resulta insòlita en el conjunt de les nacions. Tanmateix és la que els viròlegs pronostiquen que finalment s’ajustarà millor a la realitat.
Insistint en la geografia, els epicentres de la pandèmia estan situats en algunes àrees temperades de l’hemisferi nord. Sembla clar que la latitud i el clima són factors crucials. Les xifres aportades per un país tropical com Índia són ínfimes (el subcontinent indi acull a un sisena part de la població mundial). Encara que admetem que no siguin dades del tot fiables, pràcticament no han augmentat en els darrers set dies. En la major part dels països d’altres latituds, incloent-hi els temperats de l’hemisferi sud per raons estacionals, els casos són anecdòtics. Consultar el mapa mundi i revisar la premsa estrangera és força il·lustratiu.
L’evolució de l’epidèmia, que podem anar seguint dia a dia des del nostre confinament gràcies a institucions i mitjans solvents a través d’Internet, ens ha conduït aquí. No sabem com seguirà ni quan acabarà. L’únic model que coneixem és el de Xina, que ens porta un parell de mesos d’avantatge (descomptant el cas de Corea del Sud, un país similar a Espanya en població, latitud i PIB, on el brot va ser avortat per la rapidesa en la detecció i l’aïllament dels contagiats). La corba de la funció matemàtica xinesa ja s’ha aplanat i quasi no registra nous contagis ni morts.
No es podia preveure a finals de gener que l’epidèmia colpejaria tan especialment Itàlia i Espanya, així és que culpar els nostres líders polítics d’haver reaccionat tard i malament és un fàcil recurs a toro passat. Per comparar-nos amb altres països occidentals, Emmanuel Macron va trigar encara més que Pedro Sánchez a adoptar mesures i, curiosament, França no evoluciona tan malament com Espanya. Per la seva part, dos líders de països anglosaxons, Boris Johnson i Donald Trump (recordem com se’n reia el president nord-americà del virus xinès), que van prendre mesures després de Sánchez i de manera notablement més laxa, poden presumir que les xifres dels seus països són clarament millors que les nostres. Els EUA tenen el nombre més alt de contagiats del món, 104.256 (0,03% de la població), però s’acostuma a silenciar que acullen set vegades més habitants que Espanya (seguint la proporció, Espanya tindria menys de 10.000 casos confirmats i no els gairebé 68.000 que presenta). Tanmateix, malgrat patir tants contagis en termes absoluts, només han reportat 1.704 defuncions (1,63% de mortalitat, la tercera taxa més baixa, després d’Alemanya i Corea del Sud). Pel que fa a Regne Unit, hi ha únicament 14.543 casos positius (0,024% de la població) i 759 decessos (5,21% dels malalts). Una taxa de mortalitat molt menor que l’espanyola i la italiana (recordi’s que Espanya i Itàlia superen el 7% i el 10%, respectivament).
De totes maneres, quan passi l’epidèmia, serà urgent investigar per què Itàlia i Espanya han patit molt més severament que cap altre país els estralls d’un virus tan virulent com poc letal (Xina té una població 28 vegades superior a l’espanyola i ja està molt per darrere en positius confirmats i en morts). Ha quedat palès que el tòpic mil vegades evocat que la sanitat espanyola era una de les millors del món ja no val -si algun cop havia valgut abans de les dràstiques retallades pressupostàries posteriors a 2008. Un 14% dels contagiats espanyols són sanitaris: un rècord mundial infaust que qüestiona severament les condicions laborals dels nostres sanitaris, que són professionals molt ben formats i per això els exportem a països principals de la UE. Si no hi ha una predisposició genètica o una explicació sociològica a la vulnerabilitat d’espanyols i italians davant del Covid-19, caldrà reconèixer que potser l’enorme desinversió en recursos per a la salut pública, perpetrada durant anys per diversos governs, tingui alguna relació amb la nostra dramàtica situació.
No fóra sorprenent descobrir que bona part dels contagis de la població comuna s’han produït als centres d’atenció primària (CAP) i als serveis d’urgències dels hospitals. Sabent el que sabem, per què no es tranquil·litza els ciutadans mostrant com el virus de la grip comuna causa molts més morts que el Covid-19 en qualsevol temporada estàndard? Per què s’opta per l’alarmisme quan ja se sap que la corba remetrà? Només per no col·lapsar les UCI? L’alarmisme va fer anar milers de persones amb molèsties lleus per altres afeccions als serveis d’urgències, d’on probablement una gran part van tornar a casa contagiats pel coronavirus.
Previsiblement, el preu que pagarem en forma de recessió econòmica serà molt superior al que ja paguem en vides humanes. És un indicador d’immaduresa social dissimular que la immensa majoria de les víctimes són ancians que tenien una esperança de vida molt curta i de pèssima qualitat. També ho és el fet d’ajornar sine die la previsió de les conseqüències que les mesures draconianes que s’han adoptat tindran en l’economia i com repercutiran en la ciutadania. La proliferació d’ERTO, el presumible retard en el retorn de l’atur a nivells normals i la pèrdua general de poder adquisitiu per la inèrcia de la frenada, així com les inevitables retallades pressupostàries. Els afectats seran ciutadans dels mateixos estats que ara els perjudiquen pel seu propi bé decretant la hibernació de l’economia.
No ho podíem saber abans, és cert, però potser hauríem d’aprendre alguna cosa de cara a les crisis similars que, segons els epidemiòlegs, sovintejaran en el futur. Ara era impossible actuar de manera diferent a com ho han fe la majoria de governs. Boris Johnson ho va intentar quan va exposar la seva estratègia d’aconseguir la immunitat de grup a Gran Bretanya (una tesi tècnica que anticipa l’evolució natural de la pandèmia a tot el món en el termini d’un any) i aviat va haver de fer marxa enrere a contracor.
Quan hi hagi una nova onada anàloga a l’actual, potser serà més raonable aïllar i protegir tota la població de risc i deixar que la massa social restant, prou saludable com per superar una infecció similar a la del Covid-19 sense gaires complicacions, segueixi treballant i produint, tot i respectant les precaucions indicades per l’autoritat sanitària. Les pèrdues en vides, sempre doloroses per als pròxims, es farien així suportables en virtut de l’interès general. No som immortals, i a vegades és més intel·ligent deixar que la parca s’emporti la seva collita amb una mica d’antelació que malbaratar el tresor del regne per ajornar uns mesos la fatalitat. Si la nostra privilejadíssima i estovada societat no està preparada per assumir el relativament baix cost en vides d’aquesta crisi, ¿què passarà quan vingui una altra guerra o una pandèmia veritablement mortífera com la grip espanyola de 1918 (50 milions de víctimes mortals a tot el món) o l’epidèmia de pesta de 1347 (va desaparèixer un terç de la població europea; l’equivalent avui a 150 milions de persones només a la Unió Europa)?
Forma part de les responsabilitats de govern fer una anàlisi racional i realista del cost-benefici, no una de moralista i falsament compassiva. Amb la informació disponible i l’assessorament dels experts, els dirigents han de prendre decisions racionals, honestes i valentes, encara que siguin dures i impopulars. Al final, els veritables líders es fan responsables dels resultats de les accions que ordenen executar, siguin bons o dolents. Es poden referir moltes situacions històriques rellevants, amb ocasió de guerres o crisis greus, en les quals el cap de govern ha hagut de prendre decisions cruels i discriminatòries per a part de la població en ares de l’interès general de l’estat. Per posar un exemple conegut, a la 2a Guerra Mundial, el Primer Ministre britànic Winston Churchill va decidir no advertir els ciutadans de Coventry que serien bombardejats pels avions de la Luftwaffe per no revelar que havien desxifrat Enigma. L’atac va causar milers de baixes, víctimes col·laterals d’una causa major. Una vida humana no val sempre igual en el mercat de la geopolítica. Ni dues vides són equivalents. Ho saben molt bé els metges que han de decidir aquests dies, amb les places de les UCI limitadíssimes, a quin pacient s’atén i a quin es desnona.
I mentrestant, a mesura que l’epidèmia ha anat prosperant, els experts de cada país han fet les projeccions estadístiques amb les dades disponibles. Donat que el països rics del centre i del nord d’Europa s’estan lliurant de la plaga, no és esperable que la UE emeti coronabons ni autoritzi una mutualització de les pèrdues si no canvia la tendència. Com a molt, la Comissió Europea oferirà el rescat a Espanya i a Itàlia (França probablement no el necessitarà). I si ens hem de guiar per la darrera crisi econòmica, per aprovar el rescat s’exigiran unes condicions duríssimes. Europa està molt lluny de ser un supraestat; no passa de ser un supermercat.
Ja fa temps que tinc la desassossegadora sensació que formo part d’un passatge d’infants en una nau tripulada per cecs i pilotada per un borni miop. La premsa seriosa segueix el joc a les autoritats com si no hi hagués alternativa, i la premsa groga les critica per raons espúries. Cada facció utilitza les seves armes en la guerra partidista, però no addueix raons econòmiques i tecnicosanitàries.
¿Potser ignorem la que solia ser la nostra única certesa? ¿Necessitem, igual que els divinitzats emperadors de Roma, que algú ens la recordi? Que se’ns recordi que som mortals?
Memento mori



[1] Aquest article s’ha elaborat amb les dades fetes publiques el matí del 28 de març de 2020 a https://www.worldometers.info/coronavirus/. Al cap de 24 hores, les xifres absolutes havien augmentat, però les relatives no ho havien fet significativament. És de preveure que creixi la taxa de morbiditat i decreixi la de mortalitat a mesura que corrin els dies fins que l’epidèmia, indefectiblement, passi.
[2] El dia 29 de març, el Regne Unit es va unir a aquest infaust elenc, i probablement altres el seguiran aviat.
[3] El nombre d’infectats actual representa un 0,0077 de la població del planeta (7.700 milions, aproximadament). En tot el que portem d’any, un 0,2% del total de defuncions al món han estat causades pel Covid-19. Tenint en compte les edats i les condicions de salut de la majoria dels afectats, molts d’ells haurien mort inevitablement poc després.