La formación de calidad
no es un gasto para las empresas, sino una inversión; y además muy rentable.
Sus frutos son evidentes para cualquiera que se tome la molestia de analizar la
marcha de las organizaciones cuyos departamentos de recursos humanos la llevan
a cabo de manera planificada y eficiente.
Los agentes responsables
de proponer estrategias actualizadas de formación, así como de facilitar a empresas
y empleados el acceso a las herramientas para implementarlas, son las organizaciones
empresariales y los sindicatos. Empresas y trabajadores son los primeros
beneficiarios de una formación bien diseñada.
El deber de las distintas
administraciones del estado, y de la Comunidad europea como organismo
supranacional, es facilitar el acceso universal a la formación de calidad y
vigilar su correcta distribución. Serán eficaces las ayudas y subvenciones públicas
siempre que se garantice la justicia del proceso y su transparencia. El estado y
Europa también se benefician de una población activa profesionalmente bien
formada.
Sin embargo, no hay
que escudarse en las instituciones para evitar toda la inversión que precisan los
planes de formación: una cosa es beneficiarse legítimamente de las ayudas públicas
y otra muy distinta hacer que toda la formación dependa de esas ayudas. Porque
cuando es así, y eventualmente se cierra el grifo del dinero público, dejan de
ofrecerse actividades formativas.
La actual atonía en el
sector de la formación de empresa se debe a la parálisis causada por la
corrupción a gran escala de algunas empresas, partidos políticos y sindicatos (v.
gr. el caso UGT en Andalucía) que ha hecho reconsiderar al Gobierno de la
Nación ─que por cierto tampoco anduvo muy fino en su papel de garante
de la legalidad y la transparencia─ los mecanismos de asignación de subvenciones. Mientras,
las empresas simplemente han dejado de contratar formación externa excepto para
necesidades imperiosas que no pueden ser cubiertas por sus propios medios.
Con todo, ahora es un
buen momento para tomar la iniciativa, porque no hay empresa competitiva que invierta
0 € en formación ni país económicamente potente que fíe todo a las ayudas
institucionales. En conclusión:
- Si es usted empresario, analice las necesidades de su organización, asesórese debidamente y ponga en marcha programas de formación de calidad adecuados a cada una de las áreas y niveles profesionales.
- Si es sindicalista, contribuya activamente a generar interés por la formación de calidad entre los trabajadores, procure estar al día en cuanto a sus necesidades y negocie con las empresas su oferta.
- Si es empleado, no rehúya la formación: más bien exíjala a sus superiores.
- Si es político, trabaje para garantizar la corrección en el proceso de asignación de fondos para formación, así como para canalizar las ayudas públicas sólo a quien cumpla escrupulosamente los requisitos establecidos.
- Si por ventura fuese usted Cristóbal Montoro, entonces me permito sugerirle que mejore sustancialmente la fiscalidad para las empresas que inviertan en planes de formación.
La formación no puede
dejarse de la mano de Dios. Hay que trabajar duro para que este país salga del
furgón de cola de las naciones desarrolladas. La educación en todos sus niveles,
desde primaria a la universidad pasando por la formación profesional, es la
clave. La formación de empresa toma sentido sólo cuando complementa las
habilidades anteriormente adquiridas en el sistema educativo, y se trata de algo demasiado importante para dejarlo totalmente en manos del estado.
Uno es libre de
cultivar o no su espíritu; sin embargo, decidir si mejora su capacitación profesional
no debería ser una cuestión de libre albedrío, al tratarse de un recurso
económico que sirve al interés general. (Ningún empleado se puede negar a familiarizarse
con un nuevo programa informático, nuevas técnicas de soldadura o de
transmisión mecánica si los necesita para desarrollar eficazmente su labor. Como un juez
no puede desconocer la legislación aparecida tras ganar su plaza en las
oposiciones a la judicatura.)
En un mercado económico
eficaz, la meritocracia es una ley. La economía española siempre ha pagado muy
cara su tendencia a conculcar dicha ley. ¿No es hora ya de cambiar los viejos malos
hábitos? Invertir en formación de calidad es uno de los buenos métodos para
conseguirlo.
If you agree, just do it.