Hubo un tiempo en que a los cracks se los
llamaba ases. La denominación no quedaba restringida al mundo del deporte, sino
que cubría otros entre los cuales está el que fue hace milenios la fuente de
donde surgiría el deporte. El deporte es hoy una profesión, una forma de ocio
saludable o un entretenimiento de masas, pero se inició como un conjunto de
disciplinas para mantenerse en forma en tiempo de paz o durante las treguas
bélicas. En la guerra está el origen del deporte, como sabe cualquiera que se haya
deleitado con la lectura de La Ilíada. Realidad que queda delatada además por
el lenguaje que utiliza. Hay archifamosos ases de leyenda como el aviador alemán
Manfred von Richthofen ─el Barón Rojo─ o el piloto argentino de Fórmula 1 Juan
Manuel Fangio. También el nadador estadounidense de origen austrohúngaro Johnny
Weissmüller ─el mejor Tarzán del cine─ fue un as de la natación. Todos ellos
serían cracks si hubieran logrado sus proezas hoy.
Pero hoy quiero hablar de ases, no de
cracks, no sea que origine un catacrac. ("Catacrac:
onomatopeya para representar el ruido que hace algo que se rompe, que cruje,
para indicar una ruptura, etc." Diccionari
de la Gran Enciclopedia Catalana, DGREC). Me ha inspirado esta reflexión
sobre los grandes individuos que surgen de vez en cuando en las tribus humanas
la metáfora de la gran ola ─tsunami, tal vez─ con que los medios de
comunicación se refieren al revuelo causado por el movimiento independentista catalán.
La ola
La definición de onda[i] es compleja y abarca
muchos campos del saber pero aquí puede servir, por su generalidad, la
siguiente sacada del DGREC: "Onda: Forma de energía que se caracteriza por
un movimiento vibratorio de partículas en un medio determinado". Hay ondas
en la atmósfera, el agua, la tierra e incluso en el espacio interestelar... acaso menos
vacío de lo que nos figurábamos. Todo es susceptible de vibrar. Los que somos
de litoral, estamos muy familiarizados con las ondas marinas u olas, que pueden
ser suaves o más potentes e incluso violentas en un mar picado. En medio del
océano, cuando ruge el temporal, las olas se levantan como edificios de muchos pisos,
como todos hemos podido ver aunques sólo sea en las películas. También se han
popularizado los tsunamis u olas causadas por terremotos submarinos, que son
rapidísimas y apenas perceptibles en mar abierto pero se frenan y crecen hasta
convertirse en gigantescas y destructivas cuando llegan a la costa.
No sabemos qué tipo de onda oscila en
Cataluña, si es un tren cadencioso y regular de olas poco energéticas pero
persistentes, si se trata de las olas más violentas de una mar brava o de un
tsunami en toda regla. El 11 de Septiembre se vieron muchísimas partículas que
vibraban por las calles de Barcelona clamando por la independencia. Tantas y tantas
personas particulares como había conformaban una gran masa de gente. No sé por qué
se empeñan las administraciones y los periodistas en cuantificar los
manifestantes, si no son capaces de ponerse de acuerdo ni en el método de
cálculo a aplicar. Mientras no hay ningún interés espurio en hinchar o
deshinchar las cifras que indican la participación en un evento, todo el mundo se
entiende a la perfección. Se sabe qué significa que había mucha o muchísima
gente, o más bien poca, o cuatro gatos o que no había ni dios. Resulta evidente
para cualquier observador, aunque lo mire desde la lejanía mesetaria de Madrid,
que por las calles de Barcelona había muchísima gente. Sin embargo, nadie sabe
si el impulso inicial del movimiento por la independencia se mantendrá, si se
reflejará de alguna manera en las urnas el 25 de noviembre, si beneficiará a CiU
o a ERC. Lo único que parece claro es que la lluvia de votos no regará los
huertos del PSC ni del PP.
Constatamos, por ahora, que se ha
originado espontáneamente una gran ola motivada por las vibraciones de la masa
social catalana. Las causas profundas de la ola son el sentimiento nacionalista
─muy vivo en Catalunya, aunque no sea necesariamente independentista─ y la
fortísima crisis económica que ha agravado las tensiones con el resto de
España. Parece posible que la ola crezca; incluso podríamos aventurar que la
mayor parte de los surfistas estaban distraídos en la playa porque que no se la
esperaban. Ni la Esquerra Republicana
de Carod-Rovira, la ERC que más apoyo popular ha logrado después de la
transición (500.000 votos), podía soñar que tantísima gente apoyaría la idea
del independentismo. ¿Qué ha pasado para que una opción política desde siempre
existente pero claramente minoritaria, si se quiere residual, se haya
convertido en poco tiempo en una realidad rampante capaz de quitar el sueño a
Madrid? ¿Se explica sólo por la crisis económica que, combinada con el déficit
fiscal, ha convertido el matrimonio con España en un mal negocio? ¿Había
potentes sentimientos larvados en el corazón del pueblo que sólo ahora han
podido eclosionar? ¿Es cierto que la generación juvenil de ahora mismo no tiene
los escrúpulos y las trabas mentales que enervaban a las anteriores y se
desinhibe arrastrando a sus padres a la acción? ¿Tiene este movimiento de masas
la energía suficiente para perdurar o se consumirá a toda prisa como por
ensalmo? Nadie lo sabe pero, a diferencia de nosotros, los ciudadanos
ordinarios, nuestros dirigentes deben tomar posiciones o se arriesgan a ser
excluidos del nuevo statu quo.
Desde el 11 de Septiembre han transcurrido
ya más de dos semanas. Ha habido políticos y partidos que han tomado posiciones
rápidamente y otros que siguen esperando a que las aguas vuelvan a su cauce. Mientras
tanto, en el resto de España, se han dado cuenta de que esto va en serio y han
reaccionado con una prudencia desacostumbrada. Tanto las grandes fuerzas
políticas (PP y PSOE) como los medios de comunicación han sido
sorprendentemente comedidos. Algún pardillo o pardilla de vuelo corto pero con mucho
poder pretendió inicialmente regañar al pueblo catalán, pero rápidamente le
dijeron sus comilitones que no es eso, compañera, no es eso. Las manifestaciones de los pueblos
son el resultado de la unión de decenas de miles o de millones de voluntades
individuales, y cuando se juntan muchas es difícil hacerles frente. Si, como
está pasando, el movimiento no obedece a consignas preparadas por las fuerzas
políticas ni ha sido teledirigido desde arriba, sino que más bien brota
espontáneamente de la gente y es estructurada por organizaciones cívicas, es
difícil de manipular. Hay partidos catalanes, como el PSC, que han sido sorprendidos
con el paso cambiado y otros, como ERC, que, sencillamente, están en horas
bajas. De hecho, todos los socios que integraron el infausto gobierno tripartito
vagan por el desierto del Sinaí esperando a un Moisés que los sitúe en la ruta correcta
hacia la tierra de promisión.
El surfista
Pero hay al menos un político que estaba
en situación de jugar fuerte y se ha atrevido a envidar. Artur Mas no se ha
limitado a hacer lo que tocaba, no ha optado por lo más fácil, contra lo que la
opinión general parece afirmar. De hecho, con esta toma de posición se juega
mucho más que nadie. Sus colegas de los otros partidos catalanes más bien se
han mantenido a la expectativa, dando por hecho que Mas perderá el equilibrio y
será engullido por la ola (una ola que él NO ha generado). En Madrid, si
descontamos los órganos de la caverna mediática, lo tienen menos claro que en
Barcelona. En el interior de la caverna, ya se están armando por lo que pueda pasar.
Existe la creencia de que en Cataluña hay un mar de fondo mucho más profundo de
lo que nadie imaginaba. Rubalcaba, haciendo de tripas corazón, ya ha dicho que
está dispuesto a pedalear hacia el federalismo Y, lo que son las cosas, si hace
cuatro meses todos consideraban un tabú la reforma de la Constitución, ahora lo
es menos. ¡Como si no nos hubiéramos dado cuenta de que recientemente la
abrieron con nocturnidad y alevosía por orden de Bruselas-Berlín y retocaron o añadieron
los artículos que les pidieron sin protestar en absoluto!
No hay nada sagrado en las cosas
humanas. Las hacemos y las deshacemos nosotros; las mejoramos tan a menudo como
las empeoramos. La perfección no es de este mundo. Seguir vendiéndonos la
Constitución del 78, -que nació hipotecada por los que hubieran querido mantener
el estado dictatorial tras la muerte de Franco- como el paradigma de las cartas
magnas occidentales es una insensatez. Entonces no se pudo haber hecho mucho mejor,
en eso estoy de acuerdo, pero no es en absoluto el súmmum de la legislación
constitucionalista. La vertebración territorial de España es, sin ir más lejos,
claramente mejorable. Parece que ha llegado la hora de restructurar el estado
sin poner límite a la voluntad consensuada de los pueblos o de la ciudadanía,
como se quiera llamar el conjunto de los habitantes de una unidad territorial
capaz de exigir y ejercer la soberanía con responsabilidad. Si una Catalunya
independiente es viable económicamente, si la independencia es la mejor salida
para superar nuestros problemas actuales, si es conveniente jugar tan fuerte en
plena crisis de la Unión Europea, etc. son dudas que se irán aclarando a medida
que corra el tiempo y se tomen determinaciones. Lo cierto es que ahora mismo
nadie puede responder taxativamente estas preguntas.
En estas condiciones, ¿quién se ha
atrevido a cabalgar la ola de la autodeterminación que puede abocarnos a la
independencia? Pues de momento sólo Artur Mas, nuestro surfista más intrépido
quien, más o menos bien asesorado y acompañado, ha osado tomar la iniciativa,
vestirse de neopreno e ir directamente hacia la cresta de la ola. ¿Conseguirá
conducirla a la playa de la independencia? ¿Tendrá que conformarse con la cala
de la autodeterminación federal? ¿O será revolcado y perecerá ahogado en el seno salado de la ola cuando ésta rompa al llegar a la costa o pierda empuje? Se acerca un
hito histórico para saber si efectivamente Mas se incorporará al Asgard catalán
como un as del surf.
[i] En catalán, la palabra para ‘ola’ es ona, idéntica para lo que en castellano se llama ‘onda’. De hecho,
una ola no es otra cosa que una onda en el agua.