diumenge, 29 de març del 2020

Pánico ante una pandemia menor

Pánico ante una pandemia menor[1]

"Cuando estalla la guerra, la primera víctima es la verdad.", Esquilo
Según el Diccionario de la Lengua de la RAE (DLE), una pandemia es una "Enfermedad epidémica que se extiende a muchos países o que ataca a casi todos los individuos de una localidad o región". El Merriam-Webster's Dictionary la define como “An outbreak of a disease that occurs over a wide geographic area and affects an exceptionally high proportion of the population: a pandemic outbreak of a disease”. Las definiciones de Oxford y Cambridge son más laxas y apenas se distinguen de las de epidemia o endemia. Podemos estar de acuerdo en que la emergencia sanitaria que vivimos es una pandemia si consideramos que afecta a casi todos los países del mundo. Sin embargo, en la mayor parte de ellos la morbilidad es tan baja que no cumplen la condición de sufrir un contagio masivo. Las definiciones de los diccionarios generales de la lengua suelen ser imprecisas cuando se trata de términos técnicos. Son los organismos competentes los responsables de desarrollarlas a medida que se requiere más rigor. Así, la Organización Mundial de la Salud (OMS) ha establecido que para declarar el estado de pandemia y poder activar una serie de protocolos de actuación, se tienen que cumplir dos criterios: que el brote epidémico afecte a más de un continente y que los casos de cada país ya no sean importados sino provocados por trasmisión dentro de la propia comunidad. Sin pretender enmendar la plana a la OMS, quizá el término epidemia: "Enfermedad que se propaga durante algún tiempo por un país, acometiendo simultáneamente a gran número de personas." (DLE) describa mejor cómo actúa el Covid-19 una vez ha penetrado en algunas áreas que le resultan propicias. Es el caso de Lombardía (norte de Italia), las CCAA de Madrid, Cataluña y La Rioja (España), la ciudad de Nueva York (EE.UU.) y, por supuesto, de su origen conocido, la ciudad de Wuhan (provincia de Hubei, China). Parece que esta pandemia se manifiesta como una epidemia a partir de ciertos focos muy localizados o epicentros. En seguida expondré mis razones.
Los únicos seis países que, según las cifras oficiales, superaban los 1.000 muertos a primera hora del 28 de marzo de 2020 son, ordenados de mayor a menor, Italia, España, China, Irán, Francia y EEUU.[2] Entre todos, sumaban 23.644 muertos de los 27.373 registrados en todo el mundo (86,37%); y tenían 407.635 afectados de un total mundial de 597.318 (68,24%).[3] Parece que el Covid-19 se comporta de manera muy selectiva.
Dos de estos países, Italia y España, sufrían una letalidad del 10,5% y el 7,8%, respectivamente. Son porcentajes escalofriantes, sin parangón en ningún otro país del mundo, por más que no dispongamos del número real de contagiados (lo cierto es que ningún país lo conoce). La magnitud real de los contagios debe ser mucho más grande, lo que situaría la letalidad ligeramente por debajo del 1% si hacemos caso a los expertos. En el mismo día, la tasa era del 1,63% en EEUU y del 0,68% en Alemania, una cifra tan baja esta última que resulta insólita en el conjunto de las naciones. Sin embargo, es la que los virólogos pronostican como certera.
Abundando en la geografía, los epicentros de la pandemia están situados en algunas áreas templadas del hemisferio norte. Parece claro que la latitud y el clima son factores cruciales. Las cifras aportadas por un país tropical como India son ínfimas (tomando en consideración que el subcontinente indio acoge a un sexto de la población mundial). Aunque admitamos que no son del todo fiables, no han variado significativamente en los últimos siete días. En la mayor parte de los países de otras latitudes del globo, incluyendo los templados del hemisferio sur por razones estacionales, los casos son anecdóticos. Consultar el mapa mundi y revisar la prensa extranjera resulta bastante ilustrativo.
La evolución de la epidemia, que podemos ir siguiendo día a día desde nuestro confinamiento gracias a instituciones y medios solventes a través de Internet, nos ha llevado hasta aquí. No sabemos cómo seguirá ni cuándo acabará. El único modelo que conocemos es el de China, que nos lleva un par de meses de ventaja (descontando el caso de Corea del Sur, un país similar a España en población, latitud y PIB, donde el brote fue abortado por la rapidez en la detección y aislamiento de contagiados). La curva de la función matemática china se ha aplanado y ya casi no registra nuevos contagios ni muertos.
No se podía prever a finales de enero que la epidemia golpearía tan especialmente a Italia y España, por lo que acusar a nuestros líderes políticos de haber reaccionado tarde y mal es una suerte fácil a toro pasado. Para compararnos con otros países occidentales, Emmanuel Macron tardó aún más, y Francia no evoluciona tan mal como España. Por su parte, dos líderes de países anglosajones, Boris Johnson y Donald Trump (recordemos cómo se reía el presidente norteamericano del virus chino), quienes tomaron medidas después de Pedro Sánchez y de manera notablemente más laxa, pueden presumir de que las cifras de sus países son claramente mejores que las nuestras. EEUU tiene el número más alto de contagiados del mundo, 104.256 (0,03% de la población), pero se suele obviar que acoge a un número de habitantes siete veces mayor que España (siguiendo esta proporción, España tendría menos de 10.000 casos confirmados y no los casi 68.000 que presentaba el día 28). Sin embargo, a pesar de sufrir tantos contagios en términos absolutos, sólo han reportado 1.704 defunciones (1,63% de letalidad, la tercera tasa más baja, después de Alemania y Corea del Sur). En cuanto a Reino Unido, hay referenciados únicamente 14.543 casos positivos (0,024% de la población) y 759 decesos (5,21% de los enfermos). Una tasa de letalidad mucho menor que la española y la italiana (recuérdese que España e Italia superaban el 7% y el 10%, respectivamente).
Cuando pase la epidemia, será urgente investigar por qué Italia y España han sufrido más severamente que ningún otro país los estragos de un virus tan virulento como poco letal (China tiene una población veintiocho veces mayor que la española y está muy por detrás tanto en positivos confirmados como en fallecidos). Ha quedado patente que el tópico mil veces repetido de que la sanidad española era una de las mejores del mundo ya no vale -si valió alguna vez antes de los drásticos recortes presupuestarios posteriores a 2008. Un 14% de los contagiados españoles son sanitarios: un récord mundial infausto que cuestiona severamente las condiciones laborales de nuestros sanitarios, que tienen fama por lo demás de ser profesionales muy bien formados y por este motivo los exportamos a algunos países principales de la UE. Si no hay una predisposición genética o una explicación sociológica a la vulnerabilidad de españoles e italianos ante el Covid-19, habrá que reconocer que quizá la enorme desinversión en recursos para la salud pública, llevada a cabo durante años por gobiernos de distinto signo, tenga algo que ver con nuestra dramática situación.
No sería sorprendente descubrir que buena parte de los contagios de la población general se han producido en los centros de salud (CS) o de atención primaria (CAP) y en los servicios de urgencias de los hospitales. Sabiendo lo que sabemos, ¿por qué no se tranquiliza de una vez a los ciudadanos mostrando cómo la gripe común causa en el mundo muchos más fallecimientos que el Covid-19 en cualquier temporada estándar? ¿Por qué se optó por el alarmismo cuando ya se suponía que la curva de crecimiento remitiría? ¿Solamente para no congestionar las UCI? El alarmismo instigado desde la mayoría de los medios de comunicación hizo que miles de personas con síntomas leves de otras afecciones acudieran a los servicios de urgencias, de donde probablemente muchos volvieron a casa contagiados de coronavirus.
Seguramente, el precio que vamos a pagar en forma de recesión económica será muy superior al que ya pagamos en vidas humanas. Es un indicador de inmadurez social disimular el hecho de que la inmensa mayoría de las víctimas son ancianos que tenían una esperanza de vida breve y de pésima calidad. También lo es aplazar sine die la anticipación de soluciones para las consecuencias que las medidas draconianas que se han adoptado tendrán en la economía y, por tanto, en la ciudadanía. La proliferación de ERTE, el presumible retraso en el regreso del paro a niveles normales y la pérdida general de poder adquisitivo por la inercia de la frenada, así como los inevitables recortes presupuestarios, serán catastróficos. Los afectados serán ciudadanos de los mismos estados que ahora los perjudican por su propio bien decretando la hibernación de la economía.
No podíamos haberlo sabido antes, es cierto, pero tal vez deberíamos aprender algo de esta crisis para afrontar otras similares que, según los epidemiólogos, abundarán en el futuro. Parecería una locura haber actuado de manera diferente a como lo han hecho la mayoría de gobiernos. Boris Johnson lo intentó cuando expuso su estrategia de lograr la inmunidad de grupo en Gran Bretaña (una tesis técnica que anticipa lo que probablemente acabe ocurriendo en el plazo de un año en todo el mundo) y pronto tuvo que dar marcha atrás a regañadientes.
Cuando se produzca una nueva ola análoga a la actual, tal vez sería más razonable aislar y proteger a toda la población de riesgo y dejar que la mayoría social, suficientemente saludable como para superar una infección similar a la del Covid-19 sin demasiadas complicaciones, siga trabajando y produciendo siempre que respete las precauciones indicadas por la autoridad sanitaria. Las pérdidas de vidas, siempre dolorosas para los allegados, se harían así soportables en virtud del interés general. No somos inmortales, y en ocasiones parece más inteligente dejar que la parca se cobre su tributo con un poco de antelación que derrochar el tesoro del reino para disuadir a la fatalidad acaso por unos meses. Si nuestras privilegiadísimas y blandengues sociedades no están preparadas para asumir el relativamente bajo coste en vidas de esta crisis, ¿qué pasará cuando llegue otra guerra o una pandemia verdaderamente mortífera como la gripe española de 1918 (murieron 50 millones de personas en todo el mundo) o la epidemia de peste de 1347 (desapareció un tercio de la población europea; el equivalente hoy a 150 millones de personas sólo en la Unión Europea)?
Forma parte de las responsabilidades de gobierno hacer un análisis racional y realista del coste-beneficio, no uno moralista y falsamente compasivo. Con la información disponible y el asesoramiento de los expertos, los dirigentes deben tomar decisiones racionales, honestas y valientes, aunque sean duras e impopulares. Al final, los verdaderos líderes se hacen responsables de los resultados de las acciones que ordenan ejecutar, sean estos buenos o malos. Se pueden rememorar muchas situaciones históricas relevantes, con ocasión de guerras o crisis graves, en las que el jefe de gobierno tuvo que tomar decisiones crueles y discriminatorias para una parte de la población en aras del interés general del estado. Por poner un ejemplo conocido, en la 2ª Guerra Mundial, el Primer Ministro británico Winston Churchill decidió no advertir a los ciudadanos de Coventry de que serían bombardeados por los aviones de la Luftwaffe para no revelar que Enigma había sido descifrado. El ataque causó miles de bajas civiles. Una vida humana no vale siempre igual en el mercado de la geopolítica. Ni dos vidas son equivalentes. Lo saben muy bien los médicos que deben decidir estos días, con las plazas de las UCI limitadísimas, a qué paciente se atiende y a cuál se desahucia.
Y mientras tanto, a medida que la epidemia prosperaba, los expertos de cada país hacían sus proyecciones estadísticas con los datos disponibles. Dado que los países ricos del centro y del norte de Europa se están librando de la plaga, no es esperable que la UE emita coronabonos ni autorice una mutualización de las pérdidas mientras no cambie la tendencia. Como mucho, la Comisión Europea ofrecerá un rescate a España y a Italia (Francia probablemente no lo necesitará). Y, como ocurrió en la última crisis económica, no hay duda de que para aprobar el rescate se exigirán unas condiciones durísimas. Europa está muy lejos de ser un supraestado; no pasa de ser un supermercado.
Tengo la descorazonadora sensación de que formo parte de un pasaje infantil en una nave tripulada por ciegos y pilotada por tuertos miopes. La prensa seria sigue el juego a las autoridades como si no hubiera alternativa y la prensa amarilla las critica por razones espurias. Cada facción utiliza sus armas en la guerra partidista, pero no alega razones económicas y técnico-sanitarias.
¿Quizás ignoramos ya la que solía ser nuestra única certeza? ¿Necesitamos, al igual que los divinizados emperadores de Roma, que alguien nos la recuerde? ¿Que se nos recuerde que somos mortales?
Memento mori



[1] Este artículo se ha elaborado con los datos hechos publicas la mañana del 28 de marzo de 2020 en https://www.worldometers.info/coronavirus/. Al cabo de 24 horas, las cifras absolutas habían aumentado, pero las relativas no lo habían hecho significativamente. Es de prever que crezca la tasa de morbilidad y decrezca la de mortalidad a medida que corran los días; hasta que la epidemia, indefectiblemente, pase.
[2] El día 29 de marzo, el Reino Unido se ha unido a este infausto elenco, y probablemente otros le sigan en breve.
[3] El número de infectados en ese momento representaba un 0,0077 de la población del planeta (de aproximadamente 7.700 millones). En todo lo que va de año, un 0,2% del total de defunciones en el mundo han sido causadas por el virus Covid-19. Teniendo en cuenta las edades y el estado de salud de la mayoría de los afectados, muchos de ellos habrían muerto inevitablemente poco después.

1 comentari:

  1. Atendiendo a las definiciones de la RAE o la que aporta la propia OMS, yo si diría que nos encontramos frente a una auténtica pandemia, con una morbilidad muy diferente entre los países. Por ahora, creo que sería precipitado comparar la mortalidad ya que las pruebas de diagnóstico no son homogéneas, y también la calidad asistencial depende del número de afectados.
    Entre las variables utilizadas para perfilar el modelo matemático que nos permita realizar predicciones, están
    - Ro= número de infecciones secundarias que cada individuo produce y
    - El número inicial de infecciones.
    Ambas, a mi parecer, claves en la diferencia de la evolución de la crisis.
    En los países que la han iniciado con números bajos, aunque aumentando los casos, se han mantenido en un nivel aceptable.
    En lo que concierne al parámetro Ro, IMAGINO, que países como Italia o España en los que los aspectos sociodemográficos como hábitos sociales, características familiares, etc, resultará más perjudicial que en otros países con familias menos numerosas y menos interacción generacional y, sobre todo, social.
    SUPOSICIÓN: Una interacción social menor podría suponer un número inicial de infectados menor y seguiría repercutiendo, de la misma forma, en la distribución del virus a través de los infectados en el inicio.
    En algún momento se ha podido pensar que esos números podrían ser consecuencia de las estrategias adoptadas por los gobiernos. Yo CREO que es al revés: los gestores políticos y de la salud han ido adoptando las medidas en función de los números: cuando los números de casos han supuesto un posible colapso hospitalario, han tomado las decisiones.
    Lo que sí creo que sería comparable con otros países es nuestro nivel de contagio de profesionales de la salud. No hay indicios para pensar que los sanitarios españoles sean más proclives a contraer la enfermedad, por lo que podría deducirse que nuestro sistema no está preparado para una situación de esta envergadura.
    Es obvio que después de la tormenta, y en lo queda de ella, tendremos que ponernos las pilas para hacer un análisis de las verdaderas causas de esas diferencias.
    Ni siquiera desde la barrera es fácil opinar. Las actuaciones duras para solucionar el problema del virus suponen un efecto colateral en nuestra economía, cuya dimensión todavía no somos capaces de vislumbrar. Pero no hay que ser muy listo para anticipar que van a ser enormes y que para una gran parte de la población va a suponer una tragedia mayor que la de la propia pandemia. ¿Dónde está el equilibrio? ¿Cuál debería ser el objetivo primario?
    Si CREO y eso va para todos los aspectos de nuestra vida, que en situaciones de incertidumbre que puedan generar malas consecuencias, es mejor ser drásticos que quedarse cortos. Es difícil cuando nos toca a nosotros, pero….
    Si me atrevo a opinar que animar a la gente a asistir a una manifestación o permitir un mitin fue una barbaridad. Ya lo pensé en ese momento. Igual que las elecciones en Francia: no entendía cómo se le podía pedir a la gente que se quedara en casa y al mismo tiempo animarla a ir a votar
    Parece razonable que los errores se van a cometer. Lo importante es que las actuaciones y decisiones, desde un punto de vista global, sean “las mejores” y más adecuadas, en cada momento, al nivel de conocimiento que se disponga. Por mi parte, me limitaré a cumplirlas.
    El último aspecto sobre el que me gustaría decir algo, es sobre la solidaridad.
    Es cierto que los españoles hemos respondido muy bien a las normas establecidas y que estamos reconociendo y aplaudiendo la labor de todas las personas que, a costa de la exposición de su salud, están haciendo posible que podamos seguir viviendo con todas las necesidades esenciales cubiertas. Pero me pregunto qué va a ocurrir cuando aparte de aplaudir y considerar, se nos pida algún dinero de nuestra remuneración para ayudar a todas las personas que han perdido tanto en esta carrera y no lleguen a final de mes. ¿Seguiremos unidos y solidarios? Me gustaría pensar que sí, porque si nosotros no lo hacemos ¿Cómo vamos a pedírselo a Europa?

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